Habían conseguido, estirando el presupuesto, traer a dos eminentes científicos del Departamento de Ecología de la Universidad Complutense y del Laboratorio de Ecofisiología Vegetal de la Universidad Autónoma, para dirigir el estudio de la extinción de la “Cortaderia selloana” – los populares plumeros – que hace años resultaban decorativos y cualquier aficionado al senderismo los recogía de los caminos y los alojaba en graciosos jarrones que se repartían en varias estancias de la casa.
Me contaba un amigo que cuando fue a pedir la mano de su novia, como se acostumbraba hace muchos años, había un centro de mesa con hermosos plumeros que impidieron mantener una conversación seria, pues debió hacer numerosas contorsiones para entenderse y resultaba imposible ver bien las caras de sus interlocutores.
En la actualidad se consideran plagas, hasta el punto de que en nuestro país se ha prohibido su introducción, posesión, transporte, tráfico y comercio. Sus penachos llegan a un metro de altura y sus tallos a cuatro y aseguran que cada plumero tiene unas cien mil semillas.
Había que coordinar medios y personas con la mayor rapidez, pues desde que se decidió traer a estos especialistas ya se estaba cubriendo el campus y era evidente la amenaza de su expansión hasta las mismas puertas del rectorado. Personas indoctas habían luchado sin éxito cortando los tallos y los profesores contemplaban boquiabiertos desde los amplios ventanales la creciente marea que se encrespaba con el viento.
Escuchados los expertos, las únicas actuaciones para alejar la pesadilla consistirían en la siega, con la aplicación de fertilizantes y herbicidas, y la posterior resiembra de la zona.