Ayer fue mi día de suerte. Fuimos mi mujer y yo a Madrid desde Tres Cantos, en el tren de cercanías, para cambiar la correa de mi reloj en un técnico de la marca.
Hasta la Puerta del Sol nos plantamos en veinticinco minutos.
Habíamos quedado allí con nuestro hijo Carlos que vive en Madrid y que nos esperaba puntualmente. Gozamos de una mañana fresquita y soleada y resolvimos todo a la perfección. Compramos luego unas camisetas muy aparentes que a Teresa le resultaban muy cómodas y le quedaban muy bien. Me convencieron para que yo me probara una especie de chaqueta muy ligera, con capucha y todo, así como acolchada. Debe ser un uniforme típico y popular para este invierno porque se ve que mucha gente lo lleva en diferentes modelos. Me recordaba un poco a los antiguos atuendos comunistas chinos, pero mejor rematados. Me quedaba muy bien, ligero como ninguna otra prenda de abrigo a un precio muy aceptable.
Después de tomarnos un aperitivo nos dirigimos de nuevo a la estación de Sol para tomar el tren de regreso a casa y nuestro hijo nos acompañaba. Diez minutos de espera sentados en un cómodo banco en el andén. Llegó por fin el tren y pillamos unos buenos asientos.
Pasada la estación de Nuevos Ministerios, Teresa le preguntó a Carlos por la bolsa de las prendas que él venía controlando y que no se veía a simple vista. Este miró, rebuscó y… ¡Pues no está! – dijo compungido – me la he dejado en Sol; ¿ahora qué hacemos?
Teresa: – Nada, la damos por perdida.
Yo: – En Chamartín nos apeamos y regresamos a Sol en el siguiente tren.
Carlos – De acuerdo.
Y decididos nos dirigimos a la puerta de salida más cercana a esperar la próxima estación. Parados en la puerta vemos a dos fornidos vigilantes de seguridad y…¡Oh sorpresa! ¡Esa es mi bolsa! – dijo Carlos a los guardas, señalando una bolsa de plástico que había en el suelo entre los dos agentes, que nos preguntaron dónde la habíamos extraviado, lo que relatamos detalladamente. Referimos, sin que nos lo pidieran, el contenido de la misma y hasta la tienda de la compra. Yo exhibí el recibo que ellos ni miraron. Nos la entregaron sin más, diciéndonos que pensaban llevarla a Chamartín, Atención al Viajero. Y agradeciendo su diligencia regresamos a nuestros asientos ante la agradable sorpresa de Teresa.
Más tarde pensaba yo que seguramente perdí la ocasión de que me tocase la lotería pues sin duda era mi día de suerte.
Y es que se dieron tantas coincidencias que hicieron posible el feliz desenlace como que dos Vigilantes, a los que no vimos por el andén de Sol, pasaran por el sitio donde se hallaba la bolsa abandonada. Que decidieran entregarla en el siguiente servicio. Que tomaran el mismo tren. La parada solo dura cuatro o cinco minutos. Que subieran al mismo vagón que nosotros (el tren se compone de dos conjuntos de cinco vagones cada uno). Que se quedaran en la puerta más cercana a nuestros asientos (cada vagón tiene tres o cuatro puertas). Y, finalmente, que decidiésemos regresar a la estación de origen estando casi seguros de que no habría nada que hacer. Solo faltó haber comprado lotería y… ¡que hasta me hubiera tocado el gordo!
Carlos Sáez-Díez González Para Carlos Saez-Díez Vea