Lo llamaba así porque se emitía los martes y solía pasar buenos ratos con la rivalidad de los concursantes, pues me interesaba la cocina, aunque me desazonaban las carreras y las tensiones para evitar la expulsión.
A veces se suscitaban situaciones delirantes por las exigencias de los chefs y su severidad, acorde con las normas del concurso. Recuerdo cuando los alumnos de la Alta Cocina tuvieron que ofrecer un almuerzo a todo un acuartelamiento del Mando Aéreo de Combate.
Yo ya suponía que era muy expuesto poner a cocineros en formación a elaborar una comida multitudinaria en la que, forzosamente, habrían de producirse fallos indeseables.
Ya a los postres, la señorita presentadora recorría las mesas pulsando la opinión de los comensales. Y disfrute mucho con la conmovedora versión de un Capitán que decía que un plato determinado había logado emocionarles y hasta habían llorado sobre la mesa, en una alborozada camaradería, olvidando la compostura que imponían las Ordenanzas militares. A parecer, a algún concursante se le había ido la mano con la pimienta incapacitándoles para emitir juicio alguno sobre los sabores.