Hay mucha gente maniática que no lo reconoce. A mí me chocaban siempre las rarezas de los demás y me sentía a gusto por no estar aquejado de estas debilidades, producto sin duda de la prisa, el nerviosismo y el modo de vivir actual que hacen que tantas personas hablen solas o que tengan tics nerviosos, caracteres agrios y semblantes taciturnos. Yo podía considerarme un hombre centrado y sereno, aunque tenía que admitir que en algunas cosas de escasa importancia padecía también ligeras manías.
Hube de aceptar que los escasos billetes que se alojaban en mi cartera los disponía siempre de mayor a menor: cinco mil, dos mil, mil…
Y ahora cincuenta, veinte, diez, cinco… Y hasta casando las caras meticulosamente. Bueno, no era para tanto, simplemente cosas de persona ordenada aunque no hubiera trabajado en la banca. También ordenaba los libros que conservo si tenían letras o cifras en sus lomos, como los tomos de un diccionario o los de una colección, lo que resulta totalmente normal por no perder tiempo buscando, cuando se manejan con frecuencia. Haciendo memoria recordé cómo me obstinaba en pelar los plátanos sujetándolos por la parte que los había mantenido unidos al racimo, cuando todo el mundo se empeñaba en hacerme ver que lo lógico era lo contrario. Recordé por fin que en casa hay dos juegos de platos en uso, uno con dibujos verdes y azules el otro y al poner la mesa, cualquiera que lo hiciera, siempre se ponían los de un mismo color, pero al sacarlos del lavaplatos y colocarlos en el armario no solían poner tanta atención y yo los separaba y me molestaba saber que a los demás les daba lo mismo mezclarlos, pues al poner la mesa de nuevo obligaría a entresacarlos de las dos pilas, con el retumbar de loza y el desconcierto.
Ahora que soy viejo trato de prescindir de la corbata salvo en invierno, pero debe ser por simple reacción ante la temprana imposición a los diez años de su uso, pues desde el principio del Bachillerato — aquel Plan 38 — todos usábamos trajecitos. Con lo cómodo que debe resultar un chandal para el deporte y la vida informal. Pero ¡Qué deporte!, si el individuo que nos daba la asignatura de Gimnasia en el Instituto se presentaba ataviado con uniforme negro paramilitar, con botas altas y correajes. Pasma pensar que así pretendiera enseñar las tablas de gimnasia. Claro que simultaneaba la alegre asignatura con la más seria de Formación Política.
Ahora que lo pienso, apenas soporto sentarme en un restaurante de espaldas a una ventana, como si temiera una repentina agresión.
Lo paso mal si no veo a los demás comensales del local y noto que al ir recordando todas estas cosas sin importancia me estoy poniendo muy nervioso. ¡Oh, Dios mío! ¡Estoy lleno de manías…!