Al contrario de la conocida máquina de la verdad que solamente detecta si el sujeto dice o no la verdad al contestar a un cuestionario, su invento era mucho más preciso y mostraba en una pantalla lo que realmente estaba pensando el individuo, con independencia de lo que dijera, sin que se diera cuenta además, ya que no estaba unido a la máquina por ningún tipo de cable o conexión visible.
Y le exponía diversos ejemplos para demostrar su enorme utilidad. Desde el ama de casa que oyera decir a un comerciante “el artículo es de calidad”, al propietario de un negocio de venta de coches usados que afirmara “el coche ha sido revisado y está como nuevo”, a las opiniones de los asistentes a una boda que dijeran “la madrina iba elegantísima”, hasta un político local que hablara de “los logros conseguidos durante nuestro mandato”.
Al parecer, pulsando la máquina, podría leerse: “El artículo es una porquería”, en el caso del ama de casa, o: “El coche tiene trescientos mil kilómetros”, en el del vendedor de coches, o: “La madrina estaba hecha un adefesio”, en el de los asistentes a una boda, o finalmente: “Hay que reconocer que se habían propiciado gran cantidad de chapuzas”, en el del político local.
Nada había que objetar a su increíble invento si no era que había abandonado todas sus ocupaciones para tratar de perfeccionarlo y hacerlo más pequeño y portátil.
Después de oír sus explicaciones, el Médico le ponderó su asombroso trabajo, pero quedó desconcertado y aturdido cuando el enfermo pulsó en el prototipo y le mostró la pantalla en la que se leía: “¡Este tío está como una cabra!”.