La Espinita

Lo tenía en casa desde siempre. Creo que el original se había malogrado y éste procedía de un esqueje de los de mi madre. Durante años lo veía como secarse en invierno y volver a florecer en primavera.

Resultaba vistoso, con sus hojas de un verde intenso y las florecillas rojas, y me parecía un milagro repetido que los tallos espinosos, retorcidos y secos se cubrieran de hojas y de flores. Siempre estaba ahí en la terraza y no supe nunca si se llamaba realmente “la espina del Señor” o lo había bautizado mi mujer por su apariencia, sin relación alguna con la botánica. No me gustaban los cactus ni las plantas espinosas pero requerían pocos cuidados, eso era verdad. Alguna vez leí que era una planta muy venenosa y desde entonces mi mujer la pasaba a casa de una vecina cuando venían mis nietos y la recuperaba después.Una noche, cerrando la cristalera de la terraza me pinché sin querer. Miré con atención mi dedo índice en el que se había alojado una espinita. Tuve suerte porque la mayoría de las espinas eran aterradoras pero ésta no se dejaba ver. Una manchita negra bajo la piel y un dolor intenso me hicieron reaccionar con prontitud y buscar una lupa, desinfectante y una pinza, pero no tenía suficiente luz y no fui capaz de extraerla. Esperaría a que al día siguiente nos visitara una de mis hijas que era Enfermera y trabajaba en un servicio de urgencias. Me haría una pequeña incisión y me la quitaría. No merecía la pena quejarme por una cosa tan simple, pero mi hija me explicó que resultaba imposible sin disponer de una lupa potente y una luz intensa, que es como se curan las pequeñas astillas en dedos. Me aplicó sin embargo una pomada antibiótica.

A los dos días mi dedo seguía sensible a cualquier tacto y tenía una pequeña mancha circular.No tendría más remedio que decírselo a mi hija pero esperaría a que se pasara por casa para comentárselo. Era de noche y comencé a pensar en la dichosa planta. Ignoraba cómo sería de activo el veneno y si una ínfima cantidad sería suficiente para producir un daño letal. Recordaba un hecho acaecido muchos años atrás en el que la señora de Escribano, amiga de unos cuñados míos, falleció de manera inesperada y únicamente le encontraron una mancha diminuta en uno de sus dedos, junto a la uña. Sentía palpitaciones en el dedo índice y muy confuso acabé por dormirme. Soñé con plantas selváticas y con el curare con el que los indios del Orinoco y la Amazonia impregnaban sus armas de caza y me desperté sudoroso y jadeante. Pero una buena ducha me devolvió a mi estado normal. Recordé que el curare ni siquiera es un veneno por no contener toxina alguna sino que es simplemente paralizador del sistema motor. Contemplé mi dedo dolorido y pensé que llamaría a mi hija. Total, una espinita infectada y nada más.

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