Ya sabéis que mi último retrato (María Luisa) ha conseguido lo que parece imposible: que haya gustado a todo el mundo. Y eso que se apartaba de su modelo original.
Como ya se me escapan los detalles, ya se lo había enviado cuando se me ocurrió pintar a su pareja, su marido, sin haber tomado referencias pues, si los guardaran juntos o los enmarcasen, podría fácilmente haber puesto tamaños de caras diferentes.
Llamé pues a mi sobrino, conmocionado todavía por el aplauso general, para pedirle la distancia en centímetros de la frente a la barbilla de su esposa. – Doce centímetros – me contestó raudo. Y heme aquí dibujando el retrato, como casi siempre, sin lograr ver con claridad los ojos ni la línea de la boca.
Pues, borrada la cara primera por inexpresiva y demasiado seria para un andalusí, he procedido a redibujar otra, tan mala como la anterior, pero que se atisba sonriente y feliz.
Y sueño que los que han aplaudido el trabajo anterior vociferen y maldigan mi estampa de viejo aficionado y me llenen de injurias irrepetibles.
Para Manolo y María Luisa.