El Destacamento

El Teniente Angulo recibió con alborozo la noticia de que había sido destinado con su sección a constituir un destacamento en la islita Alegranza, al norte de la isla de Lanzarote , con aprovisionamiento trimestral en la isla Graciosa.

Aunque estas situaciones suelen ser provisionales, regresando al cabo de algún tiempo a la unidad de procedencia, en este caso su Compañía, la orden por la que la autoridad militar daba cuenta de la decisión de establecer el destacamento por razones estratégicas no determinaba el tiempo de duración ni la posible rotación del personal militar adscrito a la sección, por lo que el Teniente Angulo se constituyó “sine die” en la suprema autoridad en aquel punto geográfico. Amante de la naturaleza, destacado nadador y submarinista y profesionalmente adiestrado para superar situaciones extremas, contagió a sus hombres su entusiasmo y procedió de inmediato a montar el campamento y establecer las guardias. Redujo la disciplina a la estrictamente inevitable y prescindió del uniforme por razones de comodidad y de ahorro de lavandería.

Los soldados a su mando aprendieron a orientarse y a pescar para comer, a buscar frutos silvestres y a cazar lagartos y conejos sin hacer uso de la munición. Hicieron cientos de pruebas de supervivencia y hasta lograron perforar un pozo para obtener agua potable y no depender del exterior para llenar la cisterna.

Habían pasado ocho meses sin ninguna comunicación con la superioridad cuando, con motivo de un cambio en la Región Militar, el nuevo Capitán General de la misma, tras estudiar la situación de los diferentes acuartelamientos, tropezó casi por azar con el Destacamento de Alegranza y se quedó admirado por el exiguo gasto que
representaba para el Ejército al resultar prácticamente autosuficiente. Dejó los papeles en manos de sus ayudantes y ordenó la visita a aquel destacamento para el día siguiente, lo que suponía un comportamiento atípico ya que los mandos que le precedieron visitaron primero los cuarteles importantes con mucha tropa y se olvidaron de los poco relevantes y aislados.

No dio tiempo, pues, a advertir de algún modo de la importante visita y en el destacamento, por haber disfrutado de una abundante comida a base de marisco, se había relajado la guardia. Cuando el ruido creciente de la lancha rápida indicó que sin duda se dirigía allí, el Teniente Angulo sólo tuvo tiempo de coger sus dos estrellas y pinchárselas en el pecho, presentándose ante el impecable militar superior saludando con un “¡A la orden de vuecencia, mi General!”. Éste devolvió el saludo militarmente, le estrechó después la mano y dio por terminada la visita. El Teniente Angulo siguió aún en posición de firmes mientras divisaba el alejamiento de la lancha y dos hilillos de sangre se deslizaban por su bruñido pecho.

Al día siguiente una nueva lancha rápida atracó en el muelle improvisado. Un Capitán Médico y dos sanitarios esperaron a que el Teniente Angulo se vistiera y diera temporalmente el mando al Sargento Pozuelo para trasladarlo a Lanzarote e iniciar una obligada cura de reposo.

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